Glosas
... un espacio para hablar de San Miguel
Por Enrique García y García*
2
DE OCTUBRE DE 1968 ... mi historia.
Yo estuve el 2 de octubre en Tlatelolco y es la primera
vez que escribo sobre mi vivencia del 68 aunque muchas veces he hablado de
ella. Voy a empezar comentando que por esas fechas estudiaba en la Facultad de
Ciencias de la UNAM y cursaba el tercer semestre de la carrera de Físico. Mi
desempeño en ella lo considero bueno a secas, nada sobresaliente, ni sombras de
los resultados que obtenía en el CUM, aunque dedicaba cinco horas diarias de
estudio independientemente de las horas de clase normales. Me costaba mucho trabajo. Jugaba tenis
regularmente y nadaba todos los días para contrarrestar mis problemas de
rinitis crónica. Además, tenía novia.
En ese ambiente de ocupación de mi tiempo al 100%, nada
del otro mundo, aparecieron en la facultad los primeros brotes de inconformidad
por la manera como fue repelida una manifestación callejera de estudiantes y
simpatizantes del “movimiento 26 de julio”. Los primeros defendían los derechos
de expresión de los estudiantes y los segundos, la revolución cubana contra el
imperialismo yanqui. Durante las manifestaciones había actos vandálicos contra
la sociedad civil, el gobierno actuó como siempre lo había hecho, sin
miramiento alguno y con macana en mano. Se encendieron más los ánimos y lo que
era de esperarse, hubieron heridos, muchos daños a inmuebles y múltiples
detenciones. Había estallado una bomba.
Así lo percibía yo, amigo lector, y la mayoría de mis compañeros.
El tono de las inconformidades contra el gobierno fue
subiendo y de repente teníamos en nuestros pasillos y aulas, gente de otras
facultades de la UNAM y del Poli, como llamábamos al IPN, hablando de cosas que
nunca habíamos escuchado allí. El hecho de tener esa gente incrustada en
nuestro ambiente estudiantil, y sobre todo muchos pseudo estudiantes permanentes,
mejor conocidos como “fósiles” que llevaban si acaso una materia por semestre y
por otro, personas dedicadas a la agitación “antiimperialista” que militaban en
el partido comunista, me hizo dejar mis
libros y tomar unos plumones, cartulinas y empezar a escribir mi punto de
vista; unas Glosas estudiantiles.
Los textos de mis desplegados que pegaba en todos los
descansos de las rampas de la facultad, eran respetuosos y sobre todo genuinos,
eran respuesta a mi primera impresión de lo que ocurría: de rechazo a la
ingerencia de gente externa de nuestro grupo de estudiantes. No quedó ninguno
de mis carteles pues fueron arrancados cuando se tomó el campus de CU; además,
mi aportación no era gran cosa, la opinión de un simple estudiante, pero para
mi, sí tenía importancia pues con valor expresaba abiertamente y por escrito,
lo que pensaba. Libre expresión.
Poco después el Rector Barros Sierra invitaba a una marcha
para defender la autonomía universitaria en contra del gobierno y de los
intrusos que pretendían usarnos como carne de cañón para sus fines. Yo
participé activamente en la manifestación del Rector el primero de agosto, que
salió de CU por Insurgentes, hasta Félix Cuevas, para regresar luego por
Avenida Coyoacán hasta la Ciudad Universitaria. La recuerdo perfectamente, con
arengas no predeterminadas como “La autonomía no será lo que el viento se
llevó”, que se gritaba a nuestro paso frente al cine Manacar, donde exhibían la
clásica película con dicho nombre, y muchas otras, todas con referencia a
líneas universitarias. Nada más. Esa fue mi actuación, digamos pública. Estaba
confundido y abundo.
Rechazaba la ingerencia gubernamental en los asuntos
universitarios y también la de los agitadores profesionales, pero asimismo me
daba cuenta que había un autoritarismo del gobierno, propio de regímenes
dictatoriales. Yo creía que vivía en una democracia, pero estaba ciego a la
forma de gobierno imperante; acababa de despertar. Después de eso, las clases
eran esporádicas y nuestro auditorio se llenaba diariamente, pletórico de
estudiantes que escuchábamos a los líderes aunque la mayoría no lo eran, y que
hablaban básicamente contra la represión de las autoridades gubernamentales, y
también del imperialismo yanqui, pero nada de asuntos estudiantiles, ni siquiera
de la autonomía universitaria. Ya no era importante.
Durante semanas el entorno era el mismo hasta que el 18 de
septiembre el gobierno decidió tomar las instalaciones de CU con tanques de
guerra del ejército mexicano, so pretexto que allí era el nido de los
revoltosos que estaban en contra de la autoridad gubernamental. Así, con
bayoneta en mano, apresaron a líderes y sobre todo a miles de estudiantes
genuinos que estaban enterándose de lo que pasaba fuera de sus aulas. Yo me
escapé, con mis amigos por la facultad
de Odontología y desde afuera vimos con espanto, cómo entraban los
tanques para repeler la agresión de los muchachos que la mayoría no tenían más
armas que sus plumones y carteles, y su boca, que manifestaba inconformidad;
había, sí, en algunos sitios propaganda subversiva y armas pero era la mínima
proporción; en la Facultad de Ciencias yo no vi nada de eso.
Mi confusión seguía, pues por un lado daba la razón a
ciertos argumentos de los líderes, pero por otro, rechazaba la agresión del
gobierno que canalizaba su enfado contra los simples estudiantes. Ese era el
común denominador en muchos de nosotros. El Rector renunció y en ese ambiente
de inconformidad, se planeaban más reuniones de mayor tamaño; se acercaba el 2
de octubre. En efecto para ese día se llevó a efecto una concentración en
Tlatelolco de la que supe por mis amigos, pero no teníamos la intención de
asistir, tal vez medimos el peligro. El gobierno preparó el golpe definitivo
con el binomio policía – ejército, para acabar con la expresión estudiantil y
la de todos los mexicanos, aunque no lo supieran y ni mucho menos, lo aceptaran
en ese momento. La ventaja era enorme, descomunal, bárbara, inconsciente,
desigual.
Ese día por la tarde, salí de mi casa a recoger a mi novia
y familiares, y nos dirigimos justo hacia Tlatelolco, pero no al mitin, sino a
ver un espectáculo previo a la inauguración de la Olimpiada, llamado “La
Linterna Mágica”, que presentaba el gobierno checoslovaco, en un teatro contiguo a la
Plaza de las Tres Culturas. Durante la función oíamos truenos y golpes de
granizo a cada rato y pensábamos que afuera
estaba cayendo una tormenta. Terminó la obra y cuando salimos al
exterior, oh sorpresa, no había lluvia, ni relámpagos, pero seguían los ruidos
como de juegos pirotécnicos. Al caminar hacia el estacionamiento, veíamos
patrullas por doquier y sentíamos un barullo que no atábamos de que se trataba,
aún y cuando yo sí sabía que había mitin, pero nada imaginaba. Todo el tráfico
se desvió hacia la derecha, hasta que nos condujeron al Paseo de la Reforma y
de allí hasta la casa en Coyoacán; durante el regreso solamente platicamos del
increíble y novedoso espectáculo de luz y sonido que acabábamos de presenciar.
Otras cosas terribles pasaban en esos momentos: la masacre sobre estudiantes,
tal vez más ingenuos que yo, o tal vez más aguerridos y comprometidos. Por otro
lado y como siempre ocurre, los líderes corrieron para salvarse y escaparon
dejando encaminados a los simples muchachos. Muchos de ellos siguen con su modus vivendi. Injusto.
Después del 2 de octubre, las cosas fueron diferentes en
mi forma de pensar, reconocí que se vislumbraban las aspiraciones de otro País,
de su gobierno, de su sociedad y de su interrelación. Poco a poco fui
minimizando la ingerencia de las fuerzas externas a la vida universitaria, no
había otro camino para abrir brecha, pero no dejo de lamentar que ese camino
fuera el de la vida de miles de estudiantes como yo, que fueron sacrificados.
Ellos que aspiraban a un México mejor, cayeron. Mi querido lector, ésta es mi
historia, y la dedico a ellos, a cuarenta años del suceso.**
A 2 de octubre del 2018
Cincuenta
años después de un hecho vergonzoso en la
Historia de México.
* Físico Nuclear, egresado
de la UNAM, con diversas especialidades en energía, agua y transferencia de
tecnología; autor de cinco libros de divulgación técnica, dos más por
publicarse, y una centena y media de publicaciones afines; editorialista en
diversos periódicos nacionales, en temas humanistas y técnicos; consultor independiente
con sede en San Miguel de Allende, Gto.
**Nota
aclaratoria. Este artículo fue escrito hace diez años y ahora lo refrendo en su
totalidad.
Cualquier comentario
referente a esta columna es bien recibido en mi correo electrónico: ptfsc@prodigy.net.mx y también en twitter @fisicogarcia
Muy genuino el artículo de Enrique....
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