Glosas
... un espacio para hablar desde San Miguel
Por Enrique García y García*
MI
CIUDAD...sí, soy chilango.
No hay duda que el abuso protagónico del quien habla
cansa, aturde y en casos extremos fastidia, en cambio el escrito es más noble
porque simplemente se cierra el libro o cualquier otro medio y por arte de
magia se resuelve el malestar. Lo anterior aplica especialmente cuando estamos
“en vivo” frente a la persona de la voz y sería una obvia descortesía el
abandonar el lugar so pena de ser tildados de intolerantes e inmaduros. Y ¿a
qué viene todo esto?
Desde hace muchos años, las clases de redacción tomadas
por el que esto relata, y ya vía internet, se indicaba que había que eliminar
todas las “comas” que detuvieran el curso de la lectura para que ésta fluyera
suavemente, y a partir de ello los textos se pulen pero siguen con errores que
los eruditos detectan de inmediato. Asimismo, de otros lectores he aprendido a
eliminar el uso de las palabras tipo “yo-mi-me-conmigo” por lo señalado en el
párrafo precedente. Sin embargo, para este editorial la excepción confirma la
regla.
Nací en la Ciudad de México al igual que mi esposa e
hijos, salvo el mayor que vino al mundo en capital de Austria, y todos
disfrutamos el rumbo donde crecimos que era Coyoacán. Así las cosas, durante
los fines de semana aplanamos las veredas de los viveros, caminamos los
alrededores del atrio de la iglesia de San Juan Bautista, cenábamos en Las
Lupitas, íbamos a museos, exposiciones pictóricas, teatro, etc, y además, vivíamos
sin miedo y respirábamos aire puro.
Mi ciudad creció y por diversos motivos tuvimos que salir de
ella con nostalgia para optar por una mejor calidad de vida en el estado de
Guanajuato, tierra de mis ancestros. Es justo decir que la atracción por la
Gran Capital era la familiar y por ella misma, pues por un lado toda la familia
había estaba allá, y por otro, la vida cultural y científica se encontraba por
esos lares. Las idas y venidas eran muy frecuentes y cada vez que nos
despedíamos de nuestros familiares, el corazón sentía que dejaba grandes
cariños. Aplicaba siempre la memorable frase de Víctor Hugo: “Partir c’est mourir un peu” (el partir
es un poco morir), que había aprendido años atrás.
La salida de la Ciudad en agosto de 1985 era respuesta de
la formación científica que tenía y en particular en el área de hidrología isotópica
de agua subterránea y superficial, y desde luego en los aspectos ecológicos
inherentes. A partir de entonces ya estaba
convencido que la Ciudad no podría resolver sus problemas ambientales mientras siguiera creciendo al
ritmo que lo hacía. La experiencia adquirida y algunos conocimientos adicionales
aprendidos hacen que hoy reitere lo anterior con más énfasis.
Considero que la desconcentración de la Megalópolis es inminente
pero hecha con base en estudios de logística política, económica y social, y siguiendo
un cronograma pausado de forma que no se provoquen conflictos por una velocidad
irracional. En el ínterin, es obvio que se necesita con urgencia aligerar el
uso del actual aeropuerto internacional de la Ciudad de México, pero también y
con la misma premura las carreteras que confluyen a ella, que permitan una movilidad rápida y efectiva como
lo puede proporcional una red de ferrocarril de pasajeros, respaldada por otra
de trenes sub urbanos y el metro. Sí se puede y me consta.
La tarea es todo un retoque se debe tomar y llevar a la
práctica con mesura pues para lograrlo hay que esperar decenas de años, pero hay
que empezar ya. “Roma no se hizo en un día”. Mi ciudad debe ser rescatada y yo
apoyo como otro chilango más.
18 de noviembre
del 2018
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